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Me permito efectuar este llamado con el conocimiento del constante debate en algunos ámbitos, entre la fe y la ciencia, en particular en lo que se refiere a los orígenes y a la creación.
Como comunidad, siempre ha sido para nosotros de suma importancia permanecer cerca de las Escrituras. La fe tiene en ella su punto final de referencia. No debemos permitirnos una posición que nos aleje de la Biblia para definir nuestros valores y expresar nuestras creencias.
Nuestra posición como iglesia en relación con los orígenes está claramente expresada –aunque en términos generales– en nuestras Creencias Fundamentales. Esta posición se ve reforzada por una declaración votada por la Junta Directiva de la Asociación General en el Concilio Anual 2004.
Por Jan Paulsen – Continuar leyendo artículo original.
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No tengo mucha fe en la lógica como una solución para los problemas del mundo, pero yo quiero una fe lógica. No exijo que mi fe se equipare a la “lógica científica” como se la concibe actualmente, pero espero que sea coherente en todos los aspectos. Me refiero aquí a la lógica interior de la Escritura y la doctrina, por supuesto. Quiero creer lo que la Biblia enseña, pero también quiero que esa creencia sea lógica. No quiero creer en “fábulas artificiosas” (2 Pedro 1:1)*.
Me rehúso a creer en cualquier “doctrina cristiana” que yo no pueda basar satisfactoriamente en la Biblia. Pero también me rehúso a negar cualquier doctrina cristiana apoyada en la Biblia, aun si ésta fuera impopular o se la considere “no científica”. Hacerlo sería ilógico.
Tengo un amigo que es el capellán de la universidad estatal donde enseño. Este pastor tiene una fe ilógica, y piensa que eso le ayudará a atraer a Cristo a nuestros estudiantes universitarios. Cree, según dice, en la existencia de Dios, en Jesucristo como su Salvador, en el nacimiento virginal y en la vida venidera, pero no cree en la Creación. Para mi modo de ver, esto hace que su fe carezca de sentido y resulte ilógica. Muchos cristianos presuntamente “lógicos” comparten la fe ilógica de este pastor universitario. En este breve artículo trataré de explicar por qué es ilógico desde el punto de vista bíblico y doctrinal no creer que Dios creó la vida sobre la tierra en seis días literales.
Por Ed Christian – Continuar leyendo el artículo original
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Aunque no tenemos información bíblica de cuándo creó Dios el universo, sí hay evidencias que la semana de la creación descrita en Génesis no sucedió hace miles de años, sino más recientemente.
En este artículo deseo compartir un resumen de las evidencias bíblicas basadas en Génesis 1 al 11 que me llevan a responder de manera afirmativa a este interrogante.1 Me ocuparé entonces brevemente y siguiendo un orden, de las tres partes principales de esta pregunta.
¿Describe el relato de los orígenes del Génesis una semana literal de siete días?
¿Hay alguna evidencia en el texto del Génesis que indique que el relato de la creación tiene que ser tomado literalmente? En efecto, así es. En primer lugar, el género literario de Génesis 1-11 señala la naturaleza histórica literal del relato. Muchos estudiosos han mostrado que la mejor designación de género de esta sección de las Escrituras es “prosa narrativa histórica”.2 Las narrativas de Génesis 1 y 2 carecen de cualquier clave que lleve a tomarlas como algún tipo de literatura no literal, simbólico-metafórica o “metahistórica”.
Por Richard M. Davidson – Continuar leyendo artículo original
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Me hallaba frente a la oficina del director. Mi madre, una fiel adventista, estaba adentro junto a él, al inspector escolar y a los docentes de mayor experiencia, rogando que me exceptuaran de ir a clase los sábados. Yo asistía a quinto grado y estaba ansioso esperando el veredicto que era muy importante para mí. Quería ser fiel a Dios y su verdad. Dios era el personaje más grande de mi vida. ¿Sería mi fidelidad a él algo que se interpondría en la prosecución de mis estudios?
Esperé por casi una hora cuando abruptamente la puerta se abrió. El director, un hombre grande, me dirigió una mirada escrutadora y disparó una serie de preguntas que me dejaron mudo. “¿Qué es esto de creer en Dios? ¿Quién es él finalmente? ¿No sabes que Yuri Gagarin, el astronauta ruso, fue al espacio y desde allí anunció que no había encontrado a Dios? ¡No hay Dios! Cortemos esto. ¡No vamos a regresar a la Edad Media!”
Realmente no supe cómo responderle. Dentro de mí pensé cuán fácil habría sido para Dios escribir un mensaje luminoso a través de los cielos para que todo el mundo lo viese y lo creyese, y de esa manera todos los escépticos habrían sido silenciados.
Por Danilo Boskovic – Continuar leyendo artículo original
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Mientras tratamos de colocar las piezas en el rompecabezas de la naturaleza, debemos tener presente que estamos trabajando solamente en una pequeña esquina, y que la esperanza de poner la última pieza está más allá de nuestro conocimiento.
Los hombres de ciencia tratan de encontrar modelos o sistemas en las cosas que todos nosotros, los seres humanos, vemos y experimentamos. Los modelos más deseables son los que resumen muchas observaciones en un principio compacto. Por ejemplo, las leyes de movimiento de Newton, suficientemente compactas como para escribirlas en una tarjeta postal, proveen un cuadro simple y elegante de las órbitas planetarias alrededor del sol y al mismo tiempo describen el movimiento de una pelota de béisbol durante la trayectoria, o de un auto en la autopista, como también cualquier otra clase de movimientos que vemos en nuestra vida diaria.
El extraordinario éxito de las leyes de movimiento de Newton ha llevado a los investigadores a esperar otras poderosas leyes para explicar y simplificar otros fenómenos. Cada vez que alguien descubre uno de estos principios organizadores, se produce un gran regocijo entre los científicos, algo así como la satisfacción de encajar piezas en un rompecabezas. A medida que se descubre una nueva ley, el universo parece más comprensible. A la vez, cada nuevo éxito es una invitación a la especulación acerca del tamaño general del rompecabezas. ¿Estamos a punto de cerrar los límites y completar el modelo? ¿Estamos a punto de encontrar el último conjunto de leyes necesarias para describir el universo, que nos darían una capacidad ilimitada para entender y predecir fenómenos naturales?
Por J. Mailen Kootsey – Continuar leyendo artículo original