Me hallaba frente a la oficina del director. Mi madre, una fiel adventista, estaba adentro junto a él, al inspector escolar y a los docentes de mayor experiencia, rogando que me exceptuaran de ir a clase los sábados. Yo asistía a quinto grado y estaba ansioso esperando el veredicto que era muy importante para mí. Quería ser fiel a Dios y su verdad. Dios era el personaje más grande de mi vida. ¿Sería mi fidelidad a él algo que se interpondría en la prosecución de mis estudios?
Esperé por casi una hora cuando abruptamente la puerta se abrió. El director, un hombre grande, me dirigió una mirada escrutadora y disparó una serie de preguntas que me dejaron mudo. “¿Qué es esto de creer en Dios? ¿Quién es él finalmente? ¿No sabes que Yuri Gagarin, el astronauta ruso, fue al espacio y desde allí anunció que no había encontrado a Dios? ¡No hay Dios! Cortemos esto. ¡No vamos a regresar a la Edad Media!”
Realmente no supe cómo responderle. Dentro de mí pensé cuán fácil habría sido para Dios escribir un mensaje luminoso a través de los cielos para que todo el mundo lo viese y lo creyese, y de esa manera todos los escépticos habrían sido silenciados.
Por Danilo Boskovic – Continuar leyendo artículo original