Cuarto día: El sol y la luna

Dios creó las luminarias de los cielos para hacer separación entre el día y la noche. Hizo la luminaria mayor para gobernar el día y la luminaria menor para iluminar la noche. También hizo las estrellas. (Leer Génesis 1:14-19)

 

¿Qué es el sol?

Es el centro de nuestro sistema, la Tierra gira alrededor de él y no al revés, como se creía antiguamente. Su composición es gaseosa, principalmente hidrógeno y helio. Por eso, Copérnico, el famoso astrónomo polaco del Renacimiento, llamó heliocéntrica a su teoría. La luz solar posibilita la fotosíntesis, es decir, la conversión de la energía solar en energía para los seres vivos. El relato bíblico no atribuye a Dios la creación del sol o la luna en el cuarto día, sino el otorgarles la función que cumplen actualmente en relación con nuestro planeta. Es probable que los astros hayan existido anteriormente y en el cuarto día pasan a cumplir esta función vital para sustentar la vida en nuestro planeta.

 

¿Qué significa en la Biblia?

La Biblia es enfática en prohibir la adoración del sol, la luna o cualquier estrella (leer Deuteronomio 4:15-19). Si bien era costumbre habitual de las civilizaciones paganas, Dios ordenó a su pueblo que no se hiciese representaciones de los astros celestes para adorarlas. La Biblia otorga al sol el lugar que Dios le dio en el cuarto día; es decir, la regulación del tiempo diurno; y la luna para iluminar la noche. El culto al sol ha atravesado toda la historia de la humanidad; sin embargo, para el cristiano queda claro que el único digno de adoración es el Señor. La Biblia no coloca en el centro ni al hombre, ni al sol, ni a ninguna otra cosa creada por Dios. Otorga ese lugar único al Creador, ubicándonos en el lugar que nos corresponde.

 

Reflexión

Uno de los nombres o títulos para referirse a Jesucristo es el “Sol de Justicia” (Malaquías 4:2). Y un dato muy particular es que la santa ciudad, la Nueva Jerusalén que Dios está preparando para los redimidos de esta tierra, no tiene necesidad de sol ni luna: “La ciudad no necesita ni sol ni luna que la alumbren, porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su lumbrera” (Apocalipsis 21:23). Verdaderamente, dan ganas de habitar en esa hermosa ciudad. Allí podremos vivir para siempre en la presencia de Dios, iluminados por su gloria. Como toda estrella, el centro de nuestro sistema está destinado a apagarse en algún momento. Pero el que colocó en su lugar al astro rey no dejará que quedemos en oscuridad: él mismo nos iluminará.

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